En
la Ciudad de los Conejos, Silvia, la sirena, jugaba en el mar, cantando y
alegrando a todos los habitantes de la
ciudad. Silvia era amable, compartía sus
cosas con todo el mundo, era guapa por dentro y por fuera. Tenía un pelo rubio
y rizado como el oro. Todo su cuerpo brillaba porque su cola estaba formada por
escamas doradas.
Sin
embargo, un día Silvia, la sirena, estaba muy triste. Se había hecho daño en
una aleta. Unos pescadores habían dejado tiradas sus redes y, al salir del mar,
a Silvia se le había enganchado la cola en ellas.
Para
pedir ayuda, Silvia comenzó a cantar con su canto especial de sirena. Al
escucharla acudió hasta allí un niño. Rompió las redes y liberó a la sirena.
Silvia se sintió muy aliviada y le dio un beso de agradecimiento.
Decidieron
jugar en el mar pero el niño, pasado un tiempo, se quedó dormido. Sin darse
cuenta se empezó a hundir en el agua. Silvia, cuando lo vio fue a rescatarlo y
lo llevó a la orilla. Desde entonces se hicieron muy amigos.
Hacía
mucho calor y el sol brillaba. Se estaban secando tranquilamente en la orilla,
cuando vino una gran ola que los arrastró de nuevo al mar. Esta vez no tenían a
nadie que les pudiera salvar. Pero, al momento, llegó Superman con sus
ayudantes el Sapo y la Seta. Salvaron a la sirena y al niño y los llevaron a un
refugio en el que les prepararon una sopa bien caliente para que entrasen en
calor.
Después
de un día tan largo y difícil todos descansaron y comieron felices en el
refugio de la Ciudad de los conejos.
FIN
Nayara Simón Díaz
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